julio 06, 2014

Carta a Margaret

Mi idolatrada Margaret,

Hace tanto tiempo desde que nos escribimos por última vez que tal vez hayas pensado lo peor. Ya te estoy imaginando con un gorro de papel, serpentinas y un matasuegras celebrando mi muerte; pues no, queridísima amiga, siento decepcionarte. No solo sigo viva, sino que además gozo de una excelente salud, si exceptuamos mis achaques de incontinencia, dispepsia, tuberculosis y golondrinos, todos ellos muy llevaderos y perfectamente normales en una mocita de mi edad.

No: el motivo por el que no te he escrito antes, aparte de porque me caes mal, es que he estado ocupadísima con asuntos de la parroquia. Ya sabes que soy una mujer de bien, muy preocupada por los asuntos espirituales, filántropa y fundamentalista: no hay nada que me entusiasme tanto como un buen anatema. Colaboro desde niña en nuestra pequeña congregación de Anadventistas Metodianos del Santo Presbiterio de los Penúltimos Tiempos, donde con el paso de los años me he labrado una reputación de mujer laboriosa y solícita, imprescindible a la hora de organizar cualquier reunión o acto benéfico.

O al menos así me consideraba hasta la llegada a la aldea de esa bruja de Florinata Sprulfyl. Tal vez la recuerdes de nuestra niñez: aquella chica pecosa, hija del verdugo local, que tenía una verruga del tamaño de un pomelo maduro en la mejilla izquierda. ¡Cómo la odiaba ya de niña! Aprovechándose del posición de su padre, la muy maldita siempre conseguía asientos de primera fila en las ejecuciones de herejes. Luego venía a pavonearse delante de nosotras con toda la cara llena de salpicaduras de sangre, recordándonos con ello que nosotras veníamos de familia humilde, la muy presumida. 

Pues bien, como recordarás Florinata dejó el pueblo para estudiar en la prestigiosa academina femenina de Mrs. Coote, donde aprendió buenos modales, etiqueta, moda y todo lo que una buena prostituta debe saber. Tanto éxito tuvo luego en su profesión, que nuestra paisana acabó cazando buen partido y casándose con el señor Ambrose Sprulfyl, el conocido magnate importador de cocos. Este matrimonio y la vida de lujos que vino con él volvieron a doña Florinata aún más repelente si cabe. Solía venir al poblado todos los veranos, aparcando su zepelín donde le daba la gana y arrojando desde él y a gran altitud monedas de plomo que, al caer, perforaban los cráneos de los pobres que se arremolinaban debajo a pedir limosna. De esta forma, doña Florinata acabó con la pobreza en el pueblo, o mejor dicho acabó con los pobres del pueblo.



Pues bien, hace unos meses que doña Florinata enviudó y decidió volver a vivir en nuestro pueblo. Esto ya era bastante desagradable de por sí, pero para colmo la mala mujer no se conformó con la plácida vida de viuda (jugar al bridge, cultivar marihuana, alimentar gansos, invitar a mozalbetes a su habitación a altas horas de la noche), sino que decidió involucrarse en los asuntos de la parroquia. Y ahí comenzó nuestra rivalidad. 

Todo empezó con una inocente tarta de arándanos. Se celebraba la colecta anual para recaudar fondos para poder pagar el sueldo al mozo de piscina del párroco, un pobre muchacho huérfano al que nuestro sacerdote ha acogido en su infinita bondad, y yo había preparado mi famosa tarta de frutos del bosque. ¡Pero hete aquí que doña Florinata se presentó con otra tarta del mismo tipo! Nuestros vecinos, intentando ser diplomáticos, dijeron que ambas tartas estaban igualmente ricas, lo cual no hizo sino empeorar las cosas al encender la llama de la competitividad entre nosotras.

Se inició de esta forma una escalada en una carrera armamentística de repostería que por el momento se ha cobrado varias docenas de vidas por complicaciones relacionadas con la diabetes. Para la merienda de los Santos Exterminadores yo preparé tarta de limón y merengue, mientras que ella trajo soufflé de cítricos con avellana. En la Vigilia de los Puercos yo contraataqué con un pastel de triple chocolate, pero ella me superó con una pirámide de profiteroles, chantilly y guindas al marrasquino. En la siguiente Misa de Todos los Geómetras yo quedé por encima con mi Paleta de Postres Árabes, que superó a sus Natillas del Plátano con Mango, Papaya y Panceta Crujiente con Pasas. En el Día del Apaleamiento de los Hugonotes yo llevé Flan de Ornitorrinco, pero ella deslumbró con su Empanada de Isótopos Pesados. Había que ponerse dura: para el Baile de la Excomunión conseguí preparar la famosa receta de Bizcocho de Atapuerca con Fósiles Humanos del abuelo. Doña Florinata, muerta de rabia, tuvo que obligar a punta de pistola a los invitados para que se comieran también sus Tortitas de Mermelada de Ñu con Sirope de Ciudad Encantada de Cuenca. Visto lo visto, me vi obligada a mandar anónimos amenazantes a todas las amas de casa del pueblo para que en la siguiente Cena de Caridad en Honor a los Inquisidores ninguna probara los Arenques Rellenos de Crema Pastelera de mi enemiga. Pero ella había hecho lo mismo para boicotear mis Esencias de Confitura de Hipoclorito de Sodio, así que nadie se atrevió a comer nada durante toda la cena. Allí estalló todo: acabamos las dos tirándonos tartas a la cara. Pero yo, que soy perra vieja y me he criado en un barrio muy chungo, había tenido la precaución de rellenar las mías con trinitrotolueno, y gracias a eso hoy puedo decir que mis desaveniencias con doña Florinata Sprulfyl, que en paz descanse, ya han terminado para siempre.

Aparte de esta encantadora anécdota provinciana, no hay novedades que contarte. El abuelo sigue desaparecido y Reginald sigue votando al PP, prueba irrefutable de que su tratamiento psiquiátrico no está teniendo ningún éxito. El campo está precioso en esta época del año.  A ver si nos visitas pronto y así te comes las tartas que me sobraron de mi trifulca con doña Florinata.

Tuya, afectísima,

Genoveva

No hay comentarios:

LinkWithin

Blog Widget by LinkWithin

Adoradores